Según la Comisión Europea, nuestra naturaleza se encuentra en un estado de deterioro alarmante. El 80% de los hábitats europeos están en mal estado. El 71% de las poblaciones de peces han disminuido en la última década. Los insectos polinizadores (de los que dependen casi cuatro quintas partes de los cultivos) registran en los últimos años un 40% de especies en peligro de extinción a nivel mundial y una tendencia negativa incontestable en el número de insectos en todo el mundo, incluida Europa. La muerte anual del 1% de nuestra superficie forestal, entre otros criterios técnicos, sugiere que el estado de nuestros bosques no es mucho mejor. Las zonas urbanas, que acogen a casi tres cuartas partes de la población de la UE, no están preparadas, en general, para afrontar los retos del cambio climático (dicho de otra manera, faltan árboles y sobra asfalto).
Podría continuar enumerando ejemplos, pero creo que la importancia de restaurar la naturaleza se entiende incluso mejor con dos datos. Primero, más de la mitad del PIB mundial depende de la naturaleza y de los servicios que nos presta, como la producción alimentaria, la resistencia y mitigación del clima o las innumerables contribuciones a la salud humana. De hecho, según una evaluación preliminar del Banco Central Europeo, el 75% de los préstamos bancarios en la zona del euro son para empresas que dependen en gran medida de, al menos, un servicio ecosistémico. Segundo, solo en la UE y solo entre 1997 y 2011, la pérdida de biodiversidad representó una pérdida anual estimada de entre 3,5 y 18,5 billones de euros.
Con esta información objetiva, contrastable y fidedigna, y con los datos científicos en la mano, he trabajado durante meses para alcanzar un acuerdo amplio que contara con el apoyo mayoritario de los miembros de la Comisión de Medioambiente en la Eurocámara, a la que pertenezco y en donde se ha completado la primera parte de la tramitación de este dosier. Desafortunadamente, también he pasado este tiempo enfrentando la frustrante tarea de refutar bulos y burdas mentiras que se repiten en un bucle sin fin que no atiende a razones. “La propuesta está, en muchas partes, en contra de nuestros objetivos climáticos y en contra de depender menos de Rusia y Qatar”. “[Esta ley] socava la seguridad alimentaria en la UE”. “Es un ataque a la agricultura, la silvicultura y la pesca de la UE”. “Hay un artículo completo para restaurar los ríos, lo que significa eliminar la energía hidroeléctrica”.
Esta ola de negacionismo y delirios ha ido a peor desde que el Partido Popular Europeo (PPE) decidió levantarse de la mesa de negociación a falta de una sola reunión para cerrar el acuerdo político. A sus diputados y diputadas pertenecen las afirmaciones anteriores, aunque cueste creerlo. Y es que, lamentablemente, esta propuesta legislativa se ha convertido en un arma arrojadiza para las derechas europeas con la complicidad de los conservadores en la Eurocámara. Su líder, el alemán Manfred Weber, fue candidato a presidente de la Comisión Europea en 2019, cargo que acabó ocupando su compatriota, compañera de filas y responsable última de la Ley de Restauración de la Naturaleza, Ursula von der Leyen. Este giro de guion, que tiene atragantado Weber desde entonces, explica, en buena medida, el origen de la oposición irracional que mantiene el PPE en la actualidad. El resto es pura estrategia política: asociarse a la extrema derecha para perpetuarse en el poder. Lo hemos visto en Finlandia, en Italia, en Suecia... y en España con los últimos pactos regionales y municipales. El PP ha pasado del cordón sanitario al abrazo reaccionario.
A ellos apelo de cara a la votación final esta semana en Estrasburgo. Olviden los cuentos que les repiten machaconamente. Léanse la ley. Sigan el ejemplo del Consejo de la UE, donde los Estados miembros ya han aprobado una posición común sobre la norma y están listos, esperándonos, para poder comenzar las negociaciones interinstitucionales que alumbrarán el texto definitivo. Escuchen a los científicos, a los jóvenes, a las organizaciones de la sociedad civil. Atiendan al Banco Central Europeo que declaró, hace unos días, de manera contundente que “esto no va de abrazar árboles. Estamos hablando de riesgos financieros materiales derivados de la pérdida de biodiversidad (...): si destruimos la naturaleza, destruimos la actividad económica”. Lo dije hace unos días y lo repito: la primera ley de naturaleza y biodiversidad de la historia de Europa no puede depender de una trifulca política interna de los conservadores europeos. Es demasiado grande, demasiado importante. El futuro nos observa.
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