Más ambición en el 2020

La semana pasada, pocos días antes de que acabara formalmente la COP25, un comentarista radiofónico decía que el titular sería el mismo que se viene repitiendo año tras año, COP tras COP: “se alcanza un acuerdo de mínimos”. También decía que las cuestiones conflictivas y realmente relevantes se postergarían, para decepción de cada vez más ciudadanos, como viene siendo habitual desde que científicamente el clima se ha convertido en un asunto de primer orden (parece que no así políticamente para los líderes negacionistas y populistas).


Y efectivamente, un acuerdo de mínimos es lo que hemos conseguido. De poco han servido la base científica cruda y dura que describen los tres últimos informes del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) y con la que contábamos para esta COP, ni el clamor multitudinario de millones de personas pidiendo acción política inmediata.


Es cierto que muchos países, algo más de 80 en esta COP, se han hecho eco de la necesidad de acción y se han comprometido a revisar sus niveles de ambición para 2020 como se había acordado en París 2015. Pero estas buenas intenciones de una parte de los firmantes del Acuerdo se diluyen cuando países como EEUU -que está a un paso de abandonarlo-, China, Brasil, India, o Japón, cuyas emisiones totales suponen el 60% de las emisiones globales, se niegan a firmar un compromiso que les obligue a mejorar o actualizar sus planes climáticos para 2020.


Asimismo, todos sabíamos que el éxito o fracaso de esta Conferencia de Partes se mediría por el desarrollo del artículo 6 del Acuerdo de París sobre el mercado global del carbono, y la adopción de un conjunto de nuevas normas que regirían este nuevo mercado, esto es, los detalles de fondo de cómo funcionará en la práctica este mercado.


De acuerdo con el calendario previsto, los países deberían haber acordado estas normas el año pasado en Katowice, pero la cuestión se encalló entonces y se trasladó a las conversaciones de este año. Por desgracia, en esta COP25 las tensiones sobre múltiples partes de las reglas han estallado y de nuevo se ha trasladado la cuestión a las conversaciones del próximo año.


También se ha discutido sobre la doble contabilización de las reducciones de emisiones y el comercio de los créditos de la era de Kioto. En la práctica, no es lógico a efectos climáticos que el país que vende reducciones de emisiones a través de créditos de compensación y el país que las compra puedan contar, por partida doble, esas reducciones de emisiones para sus propios objetivos climáticos. Pero lo que parece evidente y obvio para unos, no lo ha sido para otros países como Brasil, que aboga por una suerte de período de “exclusión voluntaria” a la prohibición del doble cómputo.


Dice el slogan de la Cumbre Social por el Clima que esta COP ha supuesto “un fracaso más, una oportunidad menos”. Pero de los fracasos surgen nuevas oportunidades y es así como tenemos que afrontar el trabajo de cara a las negociaciones anuales que se celebrarán en Bonn en mayo/junio de 2020, y en la próxima COP26 que tendrá lugar el próximo año en Glasgow.


Pero hay terreno para la esperanza porque ha sido destacable el papel brillante que la Unión Europea ha jugado en las negociaciones como precursora de planes de reducción más ambiciosos que ha materializado y ejemplificado con la adopción, coincidente con las negociaciones de la COP25, de un Pacto Verde Europeo, cuyo objetivo principal es convertir a Europa en un continente climáticamente neutro en 2050. Y reseñable es igualmente la magnífica labor del gobierno socialista de España, por la encomiable organización de esta cumbre en tiempo récord. Cuando hay voluntad política de avanzar, y el gobierno socialista así lo demuestra, cualquier contrapié puede ser acometido. Como dice el dicho popular: “cuando se quiere, se puede”. Por eso, hay que trabajar con más ambición en 2020.


Artículo aparecido en www.larioja.com.

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