Pronto será tarde

Nuestro planeta agoniza. Su superficie y la atmósfera se calientan. Algunos de sus males, como los gases de efecto invernadero, los combustibles fósiles, los pesticidas, los residuos y la deforestación lo vienen azotando desde hace varias décadas y se necesita una acción global urgente para revertir este proceso que puede llevarlo irremediablemente a su fin.


Celebro, por ser necesario e imprescindible, el grado de alarma y preocupación actual, impulsado en gran parte por la llamada generación Z, y me sorprende porque hace ya casi treinta años -casi el doble de los años de la mayor parte de los más jóvenes que se están movilizando en defensa de su futuro- que el panel intergubernamental de expertos sobre cambio climático -IPCC- publicó su primer informe en 1990 en el que se alertaba de la vulnerabilidad del planeta y de la necesidad de encontrar estrategias de respuesta. Asimismo, el informe confirmaba los elementos científicos que suscitaban preocupación acerca del cambio climático, lo que llevó a la Asamblea General de las Naciones Unidas a establecer en 1994 la Convención Marco sobre el Cambio Climático.


En el marco de esta Convención, cuyas partes se reúnen desde entonces en conferencias anuales (COP), se firmó el Acuerdo de París hace cuatro años, donde las naciones del mundo fijaron límites temporales a 2020, 2030 y 2050 para suministrar el tratamiento que el planeta necesita, más allá de los cuales los daños causados serían irreversibles.


Desde los orígenes del IPCC se han planteado muchos escenarios, los últimos en su reciente informe sobre el océano y la criosfera en un clima cambiante, donde más que escenarios futuros se describe un panorama nada halagüeño que será la triste y cruda realidad que vivirán las futuras generaciones si la inercia de la teoría negacionista nos sitúa en el limbo de la inacción política. [...]


En su camino hacia una transición ecológica limpia, hay varios pilares básicos que no admiten demora y sobre los que la UE debe servir de ejemplo al resto de naciones, marcando objetivos ambiciosos que nos lleven a ser un continente climáticamente neutro en 2050: el aumento de las energías renovables en detrimento de los combustibles fósiles, la eficiencia energética y la reducción de las emisiones de efecto invernadero en todos los sectores (desde los industriales altamente contaminantes al transporte por carretera, ferroviario, marítimo y aéreo, la vivienda, la agricultura, la construcción o los residuos, por citar algunos ejemplos). Además, la deforestación cero ha de ser también una realidad, pues la tala masiva de bosques y selvas supone una quinta parte de las emisiones de CO2 mundiales a la atmósfera.


Por otro lado, como no suele haber prestación sin contraprestación, ni hay disuasión más efectiva a la contaminación que la sanción, la fiscalidad medioambiental también ha de estar en el centro de nuestras políticas. Por ello, estoy defendiendo en el Parlamento Europeo la introducción de un impuesto al carbono justo y progresivo lo antes posible, y como tal quisiera verlo reflejado en la declaración política de la UE en la COP 25 de Madrid y no muy tarde como una realidad europea por ley.


Por último, necesitamos soluciones pragmáticas y efectivas y la voluntad política para llevarlas a la práctica. No obstante, eso no es suficiente. El sector privado, las organizaciones financieras, los inversores y la industria deben involucrarse al máximo y alinear sus acciones y objetivos con los objetivos de París. El papel de las organizaciones de la sociedad civil y de los ciudadanos es también fundamental, como lo es el papel del mundo académico y científico que exitosamente contrarrestan los tan desafortunados argumentos de líderes negacioncitas como Trump o Bolsonaro.


Todos tenemos que aportar nuestro grano de arena y ser parte de la solución. Juntos atajaremos el problema. No sé cuán tarde puede ser ya «pronto», pero confío en que sepamos reaccionar a tiempo. Se lo debemos al planeta y a quienes lo poblarán en el futuro.


Artículo disponible en www.larioja.com

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