En estado permanente de emergencia

Desde el pucherazo de Aleksandr Lukashenko en las elecciones presidenciales de agosto de 2020 en Bielorrusia, se han sucedido ya cinco paquetes de sanciones, innumerables declaraciones políticas e institucionales y, lo que es peor, innumerables violaciones de los derechos humanos. Desgraciadamente, la instrumentalización de los migrantes se ha convertido en un arma política arrojadiza en cualquier momento en cualquier lugar de las fronteras exteriores de la Unión. Nuestros competidores saben que nuestro talón de Aquiles, la migración, ofrece una oportunidad inmejorable para obtener rédito político, ejercer presión o incluso ganar influencia en un proceso negociador.


Por eso el Alto Representante de la UE y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, ha calificado la situación en la frontera polaca de “muy preocupante” y no ha dudado en considerarla un “ataque híbrido contra la UE” por parte de Bielorrusia. Intimidado dentro de su propio país por la resistente oposición cívica de sus conciudadanos que reclaman paz, justicia y democracia, aislado de la comunidad internacional y castigado con un duro régimen de sanciones de la Unión Europea, a Aleksandr Lukashenko solo le queda una baza por jugar para apuntalarse en el cargo otros veinte años: atacar a Europa o seguir a Rusia. Ambas son dos caras de la misma moneda. Porque a nadie se le escapa que la idea, organización, coordinación y despliegue del plan de Minsk, en realidad, viene orquestada desde el Kremlin. [...]


Artículo publicado en www.elobrero.es

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