Indonesia pone fin a la prohibición de exportar aceite de palma EFE/EPA/DEDI SINUHAJI
El principio del fin de la impunidad

¿Sabía que los bosques moderan la temperatura, protegen nuestro suelo de sequías e inundaciones y contribuyen a su fertilidad, purifican el agua y son el hogar seguro de millones de especies animales y vegetales? Sin olvidar que producen la materia prima de una buena parte de nuestros muebles, ropa y medicinas. En resumen, son fundamentales para nuestra vida y desarrollo. Y, aun así, seguimos obstinados en perderlos. Sobre todo, los más importantes: los tropicales (con la Amazonía a la cabeza) y los primarios (las escasas áreas boscosas vírgenes que todavía quedan en el mundo, también en Europa). Para que se haga una idea, entre 1990 y 2020 perdimos una cobertura arbórea más grande que la UE.  


¿Y? ¿Qué tiene esto que ver con usted? Si se hace esas preguntas es porque desconoce la relación directa que existe entre lo que come cada día y la deforestación. Es normal. Ningún paquete de galletas, tableta de chocolate o bandeja de carne picada lleva en su etiqueta el logo de un árbol gigante cortado por la mitad o quemado. Lo mismo ocurre con el escritorio de madera en el que trabaja o los neumáticos que sostienen su coche. Sin embargo, la relación existe y es completamente causal. Según la propia FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), la agricultura y la ganadería son el principal motor de la pérdida de bosques. Es más, al menos el 50% de la deforestación mundial se produce por el cultivo de palma aceitera (con múltiples usos en la industria alimentaria actual) y de soja (que se vende para alimentar el ganado, principalmente). Sume a estos el cacao, el café, la madera, el caucho y sus derivados y podrá hacerse una idea de la importancia que tienen nuestros patrones de consumo. 


La UE es muy consciente del papel que desempeñamos en este asunto. Después de China (24%), nuestras importaciones de productos agrícolas y ganaderos son las principales responsables de la deforestación tropical (representan el 16% del total). Por eso, la Unión se hace responsable del problema en lo que le corresponde y lidera el proceso para resolverlo. Y lo hace sabiendo que nuestro principal valor es abrir camino, ser ejemplo. Como en el caso de la lucha contra el cambio climático, nuestro impacto sobre el total global es limitado (en torno a un 9% de las emisiones de gases de efecto invernadero mundiales), pero nuestro alcance puede ser planetario (el objetivo comunitario de neutralidad climática para mediados de siglo ya ha sido replicado en otros países como China o Estados Unidos).  


Con el nuevo Reglamento aprobado en Bruselas, la UE es pionera en la lucha contra la deforestación. Además, el acuerdo interinstitucional alcanzado esta semana da impulso a la recién iniciada cumbre mundial por la biodiversidad (COP15). La Comisión Europea acudirá a esta cita con un mandato claro: conseguir un acuerdo ambicioso de protección de la naturaleza con objetivos concretos y vinculantes. En paralelo, deberá seguir trabajando para tejer alianzas con otros grandes países y arrancarles un compromiso firme similar al nuestro. Por eso, el Reglamento es un punto de inflexión en la lucha contra la deforestación.


Hasta ahora, la comercialización de productos provenientes de zonas deforestadas ilegalmente no tenía ninguna consecuencia. La impunidad con que se han talado y quemado miles de hectáreas de bosque tropical en los últimos años puede, por fin, acabar. A partir del momento en que la ley entre en vigor el año que viene, las empresas que venden o comercializan en el mercado interior los productos clave ya comentados (aceite de palma, ganado, soja, café, cacao, madera y caucho, así como derivados como la carne de res o el chocolate) estarán obligadas a hacerlo con una etiqueta que verifique su origen —la denominada “diligencia debida”—. Es decir, deberán demostrar que han sido producidos en tierras que no han sufrido deforestación desde el 31 de diciembre de 2020 y que también cumplen con todas las leyes relevantes al respecto en el país de producción. 


En caso de no cumplir con las normas establecidas, habrá fuertes multas que podrían ir hasta el 4% de la facturación de la empresa. Además, la proporción de controles aplicados a los operadores se establecerá de acuerdo con el nivel de riesgo del país, fijado por la Comisión Europea. El Ejecutivo también evaluará la necesidad de obligar a las instituciones financieras comunitarias a que solo presten servicios financieros a sus clientes si consideran que existe un riesgo insignificante de que estos servicios no conduzcan a la deforestación o degradación forestal (un término que, en sí mismo, amplía la capacidad de acción y ambición de la ley). 


En definitiva, esta ley representa un salto cualitativo muy relevante, único en el mundo. Gracias a él, dentro de muy poco tiempo usted podrá seguir comiendo galletas con la tranquilidad de saber que ello no le está costando al planeta parte de su pulmón verde. No crea que es un asunto menor. La capacidad de influencia de la UE es enorme. Al igual que ha sucedido con la ley del clima o la protección de datos, se espera que el impacto normativo comunitario acabe modelando cambios a nivel global. En este sentido, la aprobación del Reglamento es solo el siguiente paso. Combatir la deforestación es una tarea urgente para esta generación. Y un gran legado para la siguiente. Es el principio del fin de la impunidad.


Artículo disponible en www.eldiario.es 

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